martes, julio 21

Charol rojo.


-Deja de mirarme así. No lo hagas, no me gusta.
Una risa traviesa escapa de mis labios y se entrelaza bailando con la música que colorea la habitación. Tapo mi boca con ambas manos en un gesto infantil.
-No, no, no.
Me pongo en pie con el ceño fruncido y tiro del último volante de mi alegre vestido de verano. No me hace caso. Una carrera hasta la puerta y te saco la lengua.
Entonces recuerdo que yo no quiero estar aquí. Golpeo con fuerza la madera y grito mil y un juramentos en tu contra.
-Eres cruel.
La puesta de sol dibujada con colores pastel en la pared, es un burda caricatura de lo que muestra la ventana abierta. A un mundo real, ¿o imaginario?
-¿Cual es cual?
Una sonrisa ansiosa y desaparezco detrás de las pesadas cortinas azules. Tarareo una canción que no recuerdo y me doy cuenta de que mi pie está desnudo. Observo el brillante, rojo y solitario zapato en mi pie izquierdo.
-No quiero saberlo. Ven, ven, ven...
Bailo por la habitación atrapando con las manos los delirios de un encierro del que no soy consciente. Tú me observas, pero yo no puedo verte. Las notas acarician mi piel sin tocarla, tacto de terciopelo.
-¡Shh! ¡Cállate!
Me tapo los oídos con fuerza y grito hasta que dejo de oírte. Sentada en el rincón más oscuro de la estancia, tengo frío. La sólida cadena invisible que rodea mi muñeca es cálida, no es la causante. La habitación está a oscuras completamente a oscuras. Tarareo de nuevo esa canción infantil que no recuerdo e intento evadirme de este lugar. Tú, te ríes.
-Deja de mirarme así. No lo hagas, no me gusta.
Sollozo en la oscuridad y una mano amiga aparece para ayudarme. No la acepto. No puedo, no quiero, no la necesito. Me aferro a la cadena con fuerza y esta tira de mí, incorporándome. Miro con pena la mano aun tendida hacia mí. En otro tiempo la habría aceptado, pero ahora...Acaricio suavemente el cálido metal que rodea mi muñeca. Suspiro y un tierno beso revolotea hasta posarse sobre el dorso de la mano amiga. Sonrío y me siento a esperar. De nuevo hay luz en la habitación y tú sigues observándome. Te muestro la cadena y te saco la lengua.
-No puedes.- te aseguro.
La mano estrecha mi hombro suavemente y rodeo mi cuerpo con el cálido metal invisible, sintiendo como me abraza hasta quedarme dormida.

domingo, junio 28

Te siente.


Te quiero.
Mi rostro está semioculto, pero estoy segura de que puedes verme sonreír.
Te adoro.
Entrelazas tu mano con la mía y fijas tu mirada en mis ojos.
Me complementas.

Susurra de nuevo mi nombre dejando que acaricie mis labios antes de besarme.

No.
Me falta el aire.
No noto la calidez de tu mano. No siento tus caricias. No puedo reflejarme en tus ojos.
Estoy aquí.
Por favor, mírame.
La presión del pecho aumenta, me duele. Las lágrimas me nublan la visión, no puedo verte.
Grito tu nombre, pero no es mi voz la que deseas oír.

Ella.
Te siente.

martes, junio 9

El cuervo está muerto.


Frágil aleteo de un pájaro herido, que agoniza rememorando un deseo del que ahora se arrepiente.
Nunca es tarde, sino pronto, cuando el ferviente anhelo de algo perdido toma la decisión por ti.
No te retractes entonces de aquel paso que no fue seguro y se hundió en el fango.
Recuerda que como aquel pájaro, tras la muerte, nada.

lunes, abril 20

Preludio.


¿Por qué me hace tantísimo daño observar esa sonrisa sin color? ¿Por qué al recordar ese momento soy incapaz de hacer lo mismo, y me veo como una estúpida?
¿Sonriéndole a qué? ¿A quién? ¿Por qué motivo?
Una sonrisa dedicada a nadie causada por un momento de ignorancia, de mentes en blanco. No entiendo este inútil puñado de sentimientos absurdos que me desbordan.

Se le llama perdida de tiempo.
Si, atrévete a mirarme a los ojos. Estoy contigo aunque no me sientas, y nunca te abandono completamente. Observa en esa mirada mi presencia y aprende a vivir con ella, pues no voy a irme. Se que puedes verme sonreír aunque la persona que se refleja en el espejo no lo haga.
Tú. Yo. Nosotros. Un mismo cuerpo. Pero nunca, nunca, una misma persona.
Su ausencia me consume, me quema lentamente lacerando mi alma con llamas de indiferencia. ¿Y cómo te atreves, tú, inmunda apariencia de tan compleja y perfecta alma, a permitir esta distancia? ¿Quién te ha dado permiso para tomar tal decisión? No te atrevas a creer ni por un segundo que ejerces alguna clase de poder sobre mí. No te lo permito. He sido muy benevolente, paciente e incluso comprensivo. Pero estoy aburrido. Aburrido de tu estupidez y tus pensamientos de niña mártir.
Esto se ha acabado, despertare dónde y cuando quiera. Interrumpiré antes de que me necesites. No te equivoques, no soy el caballero de armadura brillante y andares de héroe que va a salvarte. No oses dar un paso en falso, pues te hundirás y yo seré el primero en empujarte al fondo. Pues puedes hundirte sin arrastrarme a mí contigo, créeme. Eres dispensable y tu presencia es non grata.
No te estoy echando, pues no puedo cargar con los recuerdos de toda una vida de la que apenas soy participe. Pero ten muy claro que crearé los míos propios, y pronto este cuerpo será tan tuyo como mío. Tendrás que luchar por despertar cada día y no te conduciré por el camino fácil. Pronto vivirás largas temporadas de letargo donde podrás observar, tras la cortina de la impotencia, lo que ocurre a tu alrededor.
No es una amenaza, no me malinterpretes. Tan solo un aviso. Agradece este gesto por mi parte, pues no volverá a repetirse.
Suerte, pequeña.
Esta vida es muy puta, y tú, no estas preparada para ella.

domingo, abril 12

Primera y última vez.


Aquí estoy.
Nadie sabe quien soy ni que hago aquí. No estoy invitado.
Pero aquí me tienes.
No me atrevo a mirar a los ojos a la persona con la que has compartido tu vida, por miedo a que me reconozca. Tu madre, tu familia, aquellos a los que alguna vez consideraste amigos o compañeros…Me siento incómodo, un intruso.
Y es por eso que espero a que se marchen todos para acercarme a verte.
Eres preciosa. Siempre lo supe, y ahora estoy seguro.
Y sigo sin poder acariciarte. Como siempre tengo que imaginar cómo será el contacto con tu piel. Mis dedos se deslizan por el frío cristal mientras acaricio con la mirada tu pálido rostro. Suspiro y el vaho me impide verte con claridad durante unos segundos.
Nuestras miradas nunca se cruzarán, y moriré sin saber cual es tu aroma. He tenido que esperar tantísimo para que llegase este momento en el que nos encontrásemos…
Siento que una parte de mí ha muerto, contigo.
Ya no volveré a ser el mismo.
Y ahora te tengo delante por primera y última vez en mi vida.
Siempre te he querido.
Enterrarán contigo una parte de mí que descansará en paz a tu lado, por siempre.

jueves, febrero 19

¿Te cuento un secreto?


Al abrir los ojos en la oscuridad de mi habitación me ha dado la sensación de que estabas conmigo. Así que me e levantado y a tientas e venido hasta el ordenador.
Ahora que me doy cuenta es tarde, o pronto según como se mire.
Al estar todo en absoluto silencio solo puedo oír el murmullo del ordenado, el sonido que crean mis dedos al bailotear sobre las teclas, y el de mi propia respiración.
Si viene mi madre seguro se pondrá echa una furia, de ahí que la respiración esté un poco alterada.
Es hora de que me vuelva a la cama. Las sábanas estarán frías de nuevo, pues he abierto la ventana.
¡Ah!
Recuerda la próxima vez que despiertes, que si escuchas un susurro en tu oído, soy yo.
Te dedico una sonrisa desde aquí, siempre contigo.

Cada día.


-A solas de nuevo. Hoy he echado de menos tu sonrisa. ¿Sabes? Llovía.
Al venir hacia aquí no he visto a nadie.
He jugado a imaginar que solo existíamos tú y yo. Los demás tan solo eran personajes secundarios que no volverían a aparecer la película.
Es una película muda, en blanco y negro. ¿Has visto ese camino apartado, con árboles a ambos lados, que lleva hasta aquí?
Los árboles están desnudos. El viento a golpeado sus ramas hasta dejarlos desprotegidos. Pero no importa. A mí ahora me parecen mucho más hermosos.
He imaginado también que te apartaba del camino, te tomaba de la mano y te arrastraba bajo uno de ellos. Acariciaba tu sedoso cabello y te besaba. He llegado a sentir tu mano sobre mi mejilla, y el dulce aroma de tu piel. No he susurrado un “te quiero” por miedo a que se lo llevase el viento. He esperado a estar aquí contigo para recordártelo. Además esas palabras tienen unos colores tan intensos, que hubiesen estado fuera de lugar en la película.
Me he sentido realmente feliz cuando he acelerado el paso y he adivinado la verja de entrada.
Te he traído algo. Te lo daré más tarde. Ahora quiero contarte por qué estoy aquí.
¿Sabes qué día es hoy?
Hace cuatro años que ya no me hablas. Hace cuatro años que me arrancaste de tu lado. Pero he aprendido a perdonarte. Te quiero, aún lo sigo haciendo como el primer día.
No comprendo por qué lo hiciste, pero eso ya no importa.
Mira. Es para ti. Sé que siempre te ha gustado. Acéptalo, es un regalo.
Solo siento no poder verlo brillar alrededor de tu cuello. Las pequeñas piedras que lo adornan son del mismo color que tus ojos. Lo dejaré aquí, a tu lado. Te echo tanto de menos…
Vendré mañana. Se que no vas a querer que te visite, lo haré de todas formas.
Ya es hora de que me marche.
Lo de siempre.-

Me incorporé y deposité la delicada flor sobre el mármol de la lápida.
Con pasos lentos abandoné el cementerio.

miércoles, febrero 4

Fotos en sepia.


Al fin lo entiendo.
El delgado e indestructible cordel que pende de mi pecho.
Ayer me atreví a buscar el lugar en el que desemboca el otro extremo. Deslicé mis dedos por los pensamientos confusos con olor a esperanza, aferré la pasión de un rojo intenso y comencé a tirar de la adoración más absoluta. Fui descubriendo que del cordel pendían imágenes en sepia.
En la primera no pude percibir nada, tan solo un ligero aroma a azahar teñido de preludio.
La segunda tenía la esquina izquierda doblada. Un pequeño feto crecía en una maceta. Una niña de sonrisa traviesa lo regaba con palabras que rebosaban los bolsillos de su vestido de verano. Su mirada adulta amedrentaba al objetivo que se había atrevido a retratarla.
La tercera captura mostraba a una hermosa joven. Su cabello negro ocultaba sus ojos y se trenzaba a un lado de su cuerpo, hasta acariciar su cintura suavemente. Sus labios ocultaban una sonrisa, pero su mano derecha estaba fuertemente agarrada a una cadena cuyo final no se alcanzaba a distinguir.
La cuarta me recibió con acogedora suavidad. Un violoncello se recostaba sobre la pared de una majestuosa habitación. Cubría una áspera tela estropeada, de un extravagante color plateado, su majestuoso cuerpo. Ni el polvo ni el paso de los años habían dañado su madera, pues aquella áspera tela lo protegía. Fui capaz de sentir las caricias que el instrumento me ofrecía, y una discreta lágrima rodó por mi mejilla.
Más adelante las imágenes se volvieron confusas, borrosas, caóticas.
En alguna distinguí besos con sabor a promesas, las manos entrelazadas de dos niñas, una pintura en blanco y negro…
Entonces lo comprendí.
Una delicada mano aferraba con fuerza millones de momentos vividos. Ascendía por ella un sentimiento insondable que me conducía hasta un rostro tallado en mármol.
Tú sostenías el otro extremo del cordel.
Tus ojos agradecieron mi valentía, pero tu silencio me castigó por la tardanza.
Ahora todo está claro.
Sonreí y mis labios escribieron una palabra entre tú y yo.
Amantes.

jueves, enero 22

Att. El Mar


Constante movimiento de un espíritu bravo, que se viene a morir a blancas tierras para luego retirarse.

Fiero asesino cuando rizado y blanco se vuelve.
Lugar dónde nace y muere el lucero más preciado.

Confúndese con el hogar de los dioses, ya que la frontera no es percibida por la vista.

Símbolo que se divide para dar vida a seres sedientos.
Extenso, sin fronteras, pero a la vez tesoro solo de algunos.

Vida en sí, que ve nacer y morir a animales que da cobijo.
En su totalidad;
Vida y Muerte.

domingo, enero 11

Te amo...


Odio cuando una perdida tuya basta para hacerme sonreír...
Cuando espero ansiosa la llegada de tu mensaje...
Los minutos que pierdo contemplando tus fotos...
Las noches que lloro por que no puedo tenerte...
Ese sentimiento que me oprime el pecho y me impide respirar...
El dolor que me causa el que me hables de ella...
La necesidad de saber como estás y si eres feliz...
Los kilómetros que nos separa y me impiden abrazarte...
La incertidumbre de tu reacción cuando me veas...
Lo humillantes y patéticos que son mis sentimientos...

ODIO QUERERTE CON TODA MI ALMA!!

¡¡TE ODIO!!

martes, enero 6

Quiero volar.


Las yemas de mis dedos entraron en contacto con el frío cristal. Imaginaba casi a la perfección, la sensación que me produciría encontrarme al otro lado. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y mis párpados cayeron lentamente.
El calor que ascendía del radiador confundía mis sentidos. Sumergida en mi propia fantasía, obligué a mi mente a repartir ese frío que sentía, por toda mi piel.
Observé una figura al otro lado, entre los árboles. Mis pies descalzos sobre la nieve y el precioso y delicado camisón, manchado de barro. Sonreí y vi como su rostro, un macabro reflejo del mío, me devolvía la misma sonrisa.
Observé horrorizada cómo sus ojos se abrían desmesuradamente. Había vuelto a hacerlo. Noté como propio, el último latido de su corazón. Su delicado y enfermizo cuerpo se desplomó sobre la nieve. Sus labios se tiñeron de oscuro, antes de manchar de carmín el blanco manto que la envolvía.
Sentí una dolorosa punzada en el pecho. Golpeé con fuerza los cristales, hasta hacerme daño.
Grité hasta sentir mi garganta arder. Estaba muriéndose de nuevo.
Mi cuerpo no me respondía. Frágil y sin fuerza, se negaba a seguir golpeando el frío cristal.
Pude sentir sus fuertes manos sosteniéndome, sus voces intentando calmarme, las correas que aprisionaban ahora mis muñecas…
Un pinchazo.
Volvía a estar tranquila.
Me tumbaron delicadamente sobre la cama. Nunca tendría el valor suficiente para ser la mujer de la nieve. Acabar con todo. Observé el último cuadro que había pintado en un momento de lucidez.
Una estrecha calle. El suelo desigual encharcado y todas las contraventanas cerradas. La lluvia golpeando los farolillos que la alumbraban…
Cerré los ojos. Apiádate de mí. Arráncame la vida y hazme libre.