jueves, febrero 19

¿Te cuento un secreto?


Al abrir los ojos en la oscuridad de mi habitación me ha dado la sensación de que estabas conmigo. Así que me e levantado y a tientas e venido hasta el ordenador.
Ahora que me doy cuenta es tarde, o pronto según como se mire.
Al estar todo en absoluto silencio solo puedo oír el murmullo del ordenado, el sonido que crean mis dedos al bailotear sobre las teclas, y el de mi propia respiración.
Si viene mi madre seguro se pondrá echa una furia, de ahí que la respiración esté un poco alterada.
Es hora de que me vuelva a la cama. Las sábanas estarán frías de nuevo, pues he abierto la ventana.
¡Ah!
Recuerda la próxima vez que despiertes, que si escuchas un susurro en tu oído, soy yo.
Te dedico una sonrisa desde aquí, siempre contigo.

Cada día.


-A solas de nuevo. Hoy he echado de menos tu sonrisa. ¿Sabes? Llovía.
Al venir hacia aquí no he visto a nadie.
He jugado a imaginar que solo existíamos tú y yo. Los demás tan solo eran personajes secundarios que no volverían a aparecer la película.
Es una película muda, en blanco y negro. ¿Has visto ese camino apartado, con árboles a ambos lados, que lleva hasta aquí?
Los árboles están desnudos. El viento a golpeado sus ramas hasta dejarlos desprotegidos. Pero no importa. A mí ahora me parecen mucho más hermosos.
He imaginado también que te apartaba del camino, te tomaba de la mano y te arrastraba bajo uno de ellos. Acariciaba tu sedoso cabello y te besaba. He llegado a sentir tu mano sobre mi mejilla, y el dulce aroma de tu piel. No he susurrado un “te quiero” por miedo a que se lo llevase el viento. He esperado a estar aquí contigo para recordártelo. Además esas palabras tienen unos colores tan intensos, que hubiesen estado fuera de lugar en la película.
Me he sentido realmente feliz cuando he acelerado el paso y he adivinado la verja de entrada.
Te he traído algo. Te lo daré más tarde. Ahora quiero contarte por qué estoy aquí.
¿Sabes qué día es hoy?
Hace cuatro años que ya no me hablas. Hace cuatro años que me arrancaste de tu lado. Pero he aprendido a perdonarte. Te quiero, aún lo sigo haciendo como el primer día.
No comprendo por qué lo hiciste, pero eso ya no importa.
Mira. Es para ti. Sé que siempre te ha gustado. Acéptalo, es un regalo.
Solo siento no poder verlo brillar alrededor de tu cuello. Las pequeñas piedras que lo adornan son del mismo color que tus ojos. Lo dejaré aquí, a tu lado. Te echo tanto de menos…
Vendré mañana. Se que no vas a querer que te visite, lo haré de todas formas.
Ya es hora de que me marche.
Lo de siempre.-

Me incorporé y deposité la delicada flor sobre el mármol de la lápida.
Con pasos lentos abandoné el cementerio.

miércoles, febrero 4

Fotos en sepia.


Al fin lo entiendo.
El delgado e indestructible cordel que pende de mi pecho.
Ayer me atreví a buscar el lugar en el que desemboca el otro extremo. Deslicé mis dedos por los pensamientos confusos con olor a esperanza, aferré la pasión de un rojo intenso y comencé a tirar de la adoración más absoluta. Fui descubriendo que del cordel pendían imágenes en sepia.
En la primera no pude percibir nada, tan solo un ligero aroma a azahar teñido de preludio.
La segunda tenía la esquina izquierda doblada. Un pequeño feto crecía en una maceta. Una niña de sonrisa traviesa lo regaba con palabras que rebosaban los bolsillos de su vestido de verano. Su mirada adulta amedrentaba al objetivo que se había atrevido a retratarla.
La tercera captura mostraba a una hermosa joven. Su cabello negro ocultaba sus ojos y se trenzaba a un lado de su cuerpo, hasta acariciar su cintura suavemente. Sus labios ocultaban una sonrisa, pero su mano derecha estaba fuertemente agarrada a una cadena cuyo final no se alcanzaba a distinguir.
La cuarta me recibió con acogedora suavidad. Un violoncello se recostaba sobre la pared de una majestuosa habitación. Cubría una áspera tela estropeada, de un extravagante color plateado, su majestuoso cuerpo. Ni el polvo ni el paso de los años habían dañado su madera, pues aquella áspera tela lo protegía. Fui capaz de sentir las caricias que el instrumento me ofrecía, y una discreta lágrima rodó por mi mejilla.
Más adelante las imágenes se volvieron confusas, borrosas, caóticas.
En alguna distinguí besos con sabor a promesas, las manos entrelazadas de dos niñas, una pintura en blanco y negro…
Entonces lo comprendí.
Una delicada mano aferraba con fuerza millones de momentos vividos. Ascendía por ella un sentimiento insondable que me conducía hasta un rostro tallado en mármol.
Tú sostenías el otro extremo del cordel.
Tus ojos agradecieron mi valentía, pero tu silencio me castigó por la tardanza.
Ahora todo está claro.
Sonreí y mis labios escribieron una palabra entre tú y yo.
Amantes.